lunes, 3 de diciembre de 2012

PELIGROSA INOCENCIA

No habrían pasado aún dos meses del anterior suceso, cuando un nuevo episodio de ese "poder" se aliaba conmigo para dar un escarmiento a quien bajo mi punto de vista se lo merecía.
Había ido a pasar el fín de semana a casa de un amigo de la familia, vivía en otro pueblo, Mataró, una ciudad a menos de diez kilómetros de donde yo habitaba.
El sábado por la tarde después de comer fuimos a dar un paseo y a utilizar los columpios del parque forestal, allí habían toboganes, cuerdas, columpios, balancines y alguna cosa más. Mi amigo quiso que nos subiésemos en una barquita que era un columpio pero para dos personas, los usuarios iban sentados uno frente al otro y se impulsaban mediante una palanca central.
Columpio similar al del suceso.
Llevábamos un par de minutos columpiandonos, cuando llegaron un tres chicos mayores que nosotros, tendrían alrededor de catorce o quince años, se acercaron a nosotros y empezaron a impulsar la barquita que estábamos utilizando, lo hacían con mucha fuerza y la barquita cada vez subía mas alto, llegó el momento en que nos parecía que nos íbamos a caer porque la altura era mucha y la barquita daba trompicones al llegar al máximo, les rogábamos que nos dejasen en paz, pero ellos se reían de nosotros y seguían impulsando la barca. Yo cada vez que la barca llegaba a su máxima altura por mi lado, es decir yo miraba hacia el frente y al chico que empujaba lo veía desde arriba.
No sabía que hacer, cuando se me ocurrió que si le escupía un gran salivazo cuando estuviese justo encima de él, pararía de empujar por unos instantes y en ese tiempo a nosotros nos daría tiempo de frenar la barca y apearnos. Carraspeé un par de veces para formar un gran salivazo lo preparé para lanzarlo y cuando llegó el momento justo.......... inexplicablemente al chico se le fueron los pies hacia adelante y cayó sentado en el suelo, justo frente a la barca que bajaba. El golpe fué tremendo, recibió en plena cara el golpe de la barquita de hierro con toda su inercia y nuestro peso. Sin pérdida de tiempo frenamos aquello y salimos corriendo, pero no sin antes darnos cuenta de como había quedado el gamberrete: sentado en el suelo y con la cara totalmente ensangrentada. No supimos nada más del asunto, pero yo he recordado muchas veces ese momento y sin duda ninguna, las lesiones tuvieron que ser de importancia, de mucha importancia.
Volvimos a casa y guardamos secreto sobre lo ocurrido esa tarde.

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